CURIOSIDADES

El ratoncito Pérez

Santa Apolonia, patrona de los odontólogos

La dentadura de George Washington

Historia de la implantología

Chistes

Adivinanzas

 

El ratoncito Pérez

Los dientes temporarios, también llamados de leche por su color notablemente más blanco que los dientes permanentes, llevan consigo una interesante historia unida a la vida cotidiana a través de los años.

La tradición de intercambiar dinero por los dientes de leche caídos tiene posiblemente su origen en una antigua superstición vikinga, que suponía que poseer una parte del cuerpo de un niño aportaba poder y suerte en las batallas. Los vikingos acostumbraban comprar los dientes de leche caídos para utilizarlos como amuletos, engarzándolos en sus collares.

Según algunos historiadores, durante la edad media a los niños se les hacía tirar sus dientes caídos al fuego, para evitar con ello tener que volver a buscarlos después de la muerte. También se ha recogido la tradición de enterrar los dientes de leche para evitar que las brujas los encuentren, ya que si ellas se apoderaban de uno y lo tiraban al fuego, obtendrían poder sobre el alma de su dueño. Es posible que los padres, para asegurarse de evitar la supuesta posesión del demonio, quemasen ellos mismos los dientes de sus hijos y a cambio les obsequiasen con dinero, como los vikingos, o algún otro pequeño objeto que el niño desease.

En ciertas regiones de Suecia y Grecia era tradición evitar que los dientes caigan en poder de animales con los que no se desearía tener semejanzas dentales y en algunos lugares de Portugal y Chile los niños deben lanzar sus dientes sobre el tejado, diciendo al mismo tiempo una rima que pide un nuevo diente sano y fuerte.

En Salamanca fue costumbre dejar los dientes en puertas, ventanas o en las rendijas de las maderas del desván, para evitar los hechizos y las brujerías, mientras que en Galicia, se contaba a los niños que por el espacio que dejó el diente perdido se les escapaban las mentiras, tratando de evitar así que mientan. En algunas zonas del País Vasco se acostumbraba machacar el diente, con la idea de evitar que el diente permanente saliera en mala posición. Esta tarea la debía llevar a cabo una mujer de la familia cercana al niño. En Cataluña como sabemos, es tradicional que los angelitos recojan los dientes y dejen a cambio una pequeña recompensa.

En las primitivas sociedades agrarias europeas era habitual que las madres ofreciesen a los ratones que crecían entre el grano los dientes de leche de sus hijos. De esta manera buscaban unir la fertilidad de sus campos con el crecimiento de unos niños fuertes y sanos, o sea aplicar los viejos ritos y creencias asociados a la madurez y los ciclos de la naturaleza.

En 1894 un sacerdote jesuita llamado Luis Coloma, consejero de la casa real española y también autor de cuentos, escribe una pequeña historia para el niño Rey Alfonso XIII, a petición del rey Alfonso XII y la reina María Cristina. El objetivo era explicarle al niño de 8 años qué pasaría con su diente, que estaba a punto de caer. Probablemente el sacerdote tomó como base las tradiciones agrarias para llevar a cabo el encargo.

Los protagonistas del cuento eran un rey niño llamado Buby (así llamaba cariñosamente la reina a su hijo) y un ratón de apellido Pérez, que vivía con su familia en una gran caja de galletas en los sótanos de la confitería de Carlos Prats, famosa por entonces, en la calle Arenal 8, de Madrid. Al perder su primer diente de leche el rey Buby lo dejó debajo de la almohada, siguiendo el consejo de su madre, para que lo recogiera el Ratoncito Pérez. Esperó despierto tanto como pudo, con la ilusión de conocer al menudo personaje, pero al pasar las horas el sueño le venció y se escurrió entre las sábanas apoyando la cabeza sobre la almohada que escondía su tesoro. De pronto se despertó por un roce suave en la mejilla. Era la cola de un pequeño ratoncito que llevaba un sombrero de paja, gafas de oro, zapatos de lienzo crudo y una cartera roja: el Ratoncito Pérez. El niño le pidió que le permitiera ser su compañero de recorrido y el ratón accedió. Tocó con su cola al pequeño y lo transformó así en ratón por un rato, para que lo pudiera acompañar. Durante el viaje que hicieron juntos Buby descubrió que fuera de palacio había un mundo totalmente diferente al que él estaba acostumbrado a disfrutar. Conoció a muchos niños pobres y aprendió valores como la valentía y la generosidad. Ya de regreso en el palacio, Buby volvió a transformarse en niño.

 
 

El Padre Coloma quiso sembrar así en el pequeño Alfonso la idea de que todos los hombres somos hermanos, tanto ricos como pobres.

El cuento del Ratoncito Pérez, prácticamente desconocido como tal en España, no se publica desde 1947, pero curiosamente se reedita cada año en Japón. La tradición es común en países muy diferentes como Nueva Guinea, Ucrania, Alemania, Colombia, Uruguay, Argentina... Ha viajado a Francia, dónde el personaje es llamado simplemente Ratoncito (la petite souris) y a Italia, donde se le conoce como Topolino. Evidentemente en los países hispanohablantes mantiene la denominación española, aunque al ser adoptado en México, algunos comienzan a llamarle ahora Ratón Zapata, dentro de la corriente de valoración de tradiciones nacionales.

Este cuento forma parte del patrimonio cultural español, el manuscrito original se guarda hoy en una cámara de seguridad de la Real Biblioteca de Palacio en Madrid. Desde el 5 de enero de 2003, en la calle Arenal número 8 de Madrid, por supuesto, hay una placa conmemorativa que dice: “Aquí vivía en una caja de galletas, Ratón Pérez, según el cuento que el padre Coloma escribió para el niño Rey Alfonso XIII”.  

En los países de habla inglesa (Inglaterra, EEUU, Australia) el papel de recoger los dientes perdidos se encargó al "Hada de los dientes" (Tooth Fairy). Las hadas formaban parte de la cultura céltica, anterior a la era cristiana. A lo largo de los años la tradición del Hada de los dientes se arraiga en la cultura anglosajona y aún hoy se mantiene. En países como Canadá, donde conviven dos ámbitos culturales diferentes, se mantienen tanto la tradición del ratoncito (por el origen francófono) como la del Hada de los dientes (de origen anglófono).

En fin, las costumbres relacionadas con la caída de los dientes y todos los personajes de la cultura popular, sean ratones, hadas o ángeles, tienen por objetivos:

• Distraer la atención del niño de las molestias que suponen los dientes al moverse
• Tratar de explicar un cambio natural mediante una historia mágica
• Compensar el trauma de pérdida de una parte del cuerpo
• Evitar la preocupación del niño por las burlas que pueden sufrir de otros niños e incluso de algunos adultos

Sea cual fuere la tradición de cada casa, la magia se asoma en el portal de la sonrisa traviesa de un niño sin sus dientes de leche. Está dando el primer vistazo a sus cambios físicos en el camino de la vida y mientras tanto va dejando atrás, como un tesoro fabuloso, los años de cuentos, ratoncitos, hadas y angelets.

Santa Apolonia, patrona de los odontólogos

En tiempos del imperio Romano cuando la religión católica se practicaba en la clandestinidad, se llevaron a cabo torturas y asesinatos contra los cristianos. Durante estas persecuciones, surgieron muchos mártires creyentes de la fe cristiana que prefirieron entregar su vida antes que renunciar a su religión. En el año 249 d.C., Divino, el gobernador de Alejandría, ordenó fuertes represalias contra los cristianos ya que según él atentaban contra el imperio. Ante esa situación los sacerdotes solamente podían comunicarse entre sí mediante cartas. En una de esas cartas enviada por San Dionisio, Obispo de Alejandría, a Fabio, Obispo de Antioquía, se explican las terribles persecuciones que tuvieron lugar en Alejandría, y se destaca el martirio sufrido por una mujer llamada Apolonia. Esta mujer de avanzada edad, hermana de un eminente magistrado, se caracterizaba por sus virtudes de castidad, piedad, austeridad y limpieza de corazón. Fue arrestada y se le exigió no solo que renunciara a su fe, sino también a que repitiera una serie de improperios y blasfemias en contra de Cristo. Al negarse ella a tal cosa, le fueron arrancados todos sus dientes, tormento al que Apolonia resistió con gran entereza.

Sus torturadores al ver que no conseguían conmover su fe, decidieron amenazarla con tirarla a una enorme hoguera que ardía en las puertas de la ciudad. En menos de lo esperado ella salta por voluntad propia a la hoguera ardiente en lugar de renunciar a su religión. Según la leyenda, mientras se consumía en el fuego gritó que los que padecieran de dolor de dientes invocaran su nombre, pues ella intercedería ante el Todopoderoso para librarlos del sufrimiento. Ella ofreció su dolor por el de quien pudiese sufrirlo después. Los perseguidores y el gobernador quedaron atónitos al ver que las llamas no la consumían ni le hacían daño alguno. Ante este prodigio la golpearon incansablemente, sin embargo tuvieron que degollarla para que muriese. Cincuenta años después Apolonia fue canonizada. El santoral de la Iglesia Católica la recuerda el día 9 de febrero. Es la patrona de los que padecen enfermedades dentales y de los Odontólogos.  

 

 

La dentadura de George Washington

George Washington (1732-1799) fue el primer presidente de los Estados Unidos de América. Era un hombre alto, fuerte, decidido y un caballero bien parecido al que sus dientes le provocaron grandes problemas durante toda su vida. Según relatan sus biógrafos sufrió dolores atroces, abscesos, pasó muchas noches sin dormir y se le realizaron extracciones muy traumáticas. Algunos aseguran que su carácter, a veces brusco y precipitado, se debió en parte a sus problemas bucales. Cuando fue investido presidente, a los 58 años de edad, sólo conservaba en la boca un diente: el primer premolar inferior izquierdo. Se preocupaba mucho por su imagen y le interesaba que su boca no se hundiera excesivamente y su semblante pareciera natural. Para ser retratado por el prestigioso pintor Gilbert Stuart se hizo rellenar los labios con algodón, y este retrato es el que se puede ver hoy impreso en el billete de 1 dólar.

Fue atendido por varios profesionales, casi todos ellos extranjeros (ingleses y franceses), ya que en los Estado Unidos de América no hubo hasta muy tarde centros de enseñanza para médicos ni para dentistas. Los primeros dentistas eran personas que ejercían su arte sin ingerencias de ninguna clase y la mayoría eran conocidos como charlatanes.

 

John Greenwood fue el odontólogo más ilustre de los que atendieron a Washington. Recibió el título de fundador de la odontología científica americana y se le considera inmediatamente después del padre de la odontología mundial, el francés Pierre Fouchard. Greenwood confeccionó para Washington unas dentaduras de base de madera que resultaban incomodísimas, apenas si se adaptaban a la boca. Para que permanecieran en su sitio llevaban unos molestos resortes que a veces hacían que la dentadura saliera disparada violentamente en plena comida. Además la madera absorbía olores de los alimentos y al poco tiempo desprendía hedores muy desagradables.

La dentadura de Washington está expuesta en el museo de la odontología de la ciudad del mismo nombre, junto a interesantes elementos que demuestran la evolución que ha tenido la especialidad en doscientos años. 

 

Historia de la implantología

Es posible que la historia de la implantología dental se remonte al año 600 a.C., según algunos autores. Los mayas de América Central realizaban prácticas endoóseas, colocando fragmentos de conchas marinas en los espacios que dejaban los dientes recientemente perdidos. Existen antecedentes similares en el antiguo Egipto, donde se trasplantaban dientes humanos y de animales y se implantaron piedras y metales preciosos. A pesar de todo, la evolución de la implantología no ha tenido lugar de forma progresiva, sino de forma escalonada, a empujones, con largos períodos de relativo olvido y apagado entusiasmo.

Desde el año 1913 se vienen presentando diversos tipos de implantes. En su conjunto podemos decir que formaron parte de la era empírica. Hasta este momento la implantología se basaba en la experimentación clínica, pero carecía de protocolo científico. En los años 60 en Suecia, el Dr. Brånemark y sus colaboradores descubrieron accidentalmente un mecanismo de adherencia de un metal al hueso.

 

Historia de la implantologia

Brånemark estaba interesado en la microcirculación del hueso y en los problemas de cicatrización de las heridas. Para ello utilizó una técnica que ya era conocida, la microscopía vital, introduciendo una cámara de observación en la tibia de un conejo. De esta manera se podían observar los cambios circulatorios y celulares en el tejido viviente. Cuando se utilizó una cámara de observación de titanio y se la colocó con una técnica poco traumática, se produjo un hecho significativo: en el momento de su remoción se descubrió que el hueso se había adherido al metal con gran tenacidad.

Lo importante del trabajo de Brånemark es que resaltó la necesidad de comprender los aspectos biológicos de los procesos de cicatrización natural del organismo al introducir un cuerpo extraño en el hueso. El sitio preparado para recibir el implante fue visto como una herida en la que tenía que reducirse al mínimo la lesión de los tejidos.

A partir de estos nuevos conceptos se hicieron diferentes estudios en perros previamente desdentados y se desarrolló una fijación en forma de tornillo. En 1982, en Toronto (Canadá), Brånemark presenta al mundo odontológico la oseointegración y su implante de titanio en forma de tornillo, avalado por un seguimiento clínico y una casuística irrefutable de más de 10 años. Así comienza la era científica o era de la implantología moderna, que no sólo no se ha detenido sino que además ha crecido en progresión geométrica desde entonces hasta nuestros días.

Chistes

Reír es uno de los aspectos más característicos del comportamiento humano: nos diferencia de los animales y aunque nacemos llorando, somos seres risueños. Es necesario para mantener el bienestar físico y mental y es una manera excelente de conseguir relajarse.

Existen varias líneas de investigación sobre el aspecto terapéutico de la risa, tanto en el campo de la psicología como en el de la medicina. Nadie duda de sus efectos benéficos porque todos nos sentimos bien al reír: nos sentimos más satisfechos y se produce una descarga emocional que alivia la angustia y el estrés. Algunos incluso le atribuyen propiedades curativas, porque el estado de ánimo influye en el curso de algunas enfermedades.

Por eso tenemos la intención de compartir un momento de alegría y le convidamos a reír con nosotros. Esperamos no molestar a nadie: intentamos hacerlo con respeto porque sabemos que el humor es una cosa seria.


Un niño de 4 años, muy tímido, va por primera vez al dentista. El doctor intenta entablar conversación, sin conseguir que el pequeño diga absolutamente nada.
Terminada la revisión, intenta otra vez hacer hablar al pequeño.
- ¿Cuántos años tienes?
No hay respuesta.
- ¿No sabes cuántos años tienes? - Vuelve a preguntar el dentista.
Poco a poco, el niño enseña cuatro dedos.
- Ah, ya veo... - dice el dentista - ¿Y no sabes cuánto es eso?
Nuevamente, los cuatro pequeños dedos se levantan. Haciendo un nuevo esfuerzo para iniciar conversación, el dentista insiste.
- ¿No sabes hablar?
El solemne y pequeño paciente mira fijamente al dentista y rompiendo su silencio le contesta:
- ¿Y usted no sabe contar?

El dentista le dice al paciente:
- ¿Podría ayudarme? Grite lo más fuerte posible, simule que siente un gran dolor.
- Pero doctor... ¿eso no es malo para usted?
- Es que hay mucha gente en la sala de espera y no quiero perderme el partido de las 7! 

- Perdone, señora, al verla sonreír tengo ganas de invitarla a mi casa.
- ¡Vaya! ¡Qué atrevido!
- ¿Atrevido? No, dentista.  

Una señora de cien años va al dentista.
- Vengo para que me quite los dientes...
- Pero señora... ¡usted no tiene dientes!
- ¡Lo que quiero es que me quite los postizos que acabo de tragarme!  

Sale un señor de la consulta del dentista y le dice a su mujer que le está esperando:
- Vamos, que ya me saqué las tres muelas.
- ¿Tres? ¡Si sólo tenías una estropeada!
- ¡Es que el dentista no tenía cambio! 

En el consultorio:
- Deje de fumar, amigo.
- No puedo, doctor.
- Deje el cigarrillo...
- Le repito que no puedo. Ya he probado con varios doctores y fue imposible...
- Sí, pero yo soy dentista, y si no lo deja...  ¿cómo quiere que le revise la boca?

En la puerta de la consulta del dentista.
- Doctor, vengo a que me dé algo para las muelas.
- ¿Tiene dolor?
- No. Tengo hambre.

A la puerta de la consulta del dentista, bien temprano.
- Hola... ¿está el doctor?
- No, señor. Atiende de  2 a 4.
- ¡Ah! ¡Entonces me voy a buscar tres más!

Un hombre va a un sitio donde anuncian: “Se quita la primera muela gratis”. Entra y pregunta:
- Aquí quitan la primera muela gratis... ¿y la segunda?
- No lo sé, nadie vuelve.

Va un hombre al dentista, dolorido y asustado.
- ¡Doctor, me duele la muela!
- Abra la boca, por favor.
- ¡No! ¡Tengo mucho miedo!
- ¿Sabe qué haremos? Le doy una botella de whisky, bebe usted un poco y verá cómo se le pasa el miedo.
Un rato más tarde el hombre ha vaciado la botella.
- ¿Qué tal? ¿Se siente más valiente ahora?
- Sí, ¡pero a ver ahora quién es el guapo que me saca la muela!

Llega un paciente a la consulta del dentista con dolor en una muela. Después de la revisión, el paciente pregunta:
- ¿Voy a perder mi muela doctor?

- Eso no lo sé señor, yo se la voy a entregar en una bolsita... Si la pierde es problema suyo.

Es importante reír, aprender a disfrutar de la pequeña explosión de felicidad que nos brinda una carcajada. Cuidemos nuestra salud en todos los aspectos y regalémonos una buena dosis de risa al día: no tiene efectos secundarios adversos y es saludable, agradable… ¡y barato!

 “El día que no reímos es un día perdido”

                                                               Charles Chaplin 

Adivinanzas

Las adivinanzas son una composición de palabras, generalmente en forma de rima, que se refieren a un objeto de forma ambigua, porque es aquello que hay que adivinar.

Las adivinanzas son el legado de la cultura popular que viene de lejos. Hay muchas clases y tanto para los más pequeños como para los mayores. El ingenio de quien la recita y del adivinador son una parte crucial, porque normalmente la respuesta al enigma tiene una estrecha relación con el contexto. A continuación se ofrece una muestra de esta tradición. Hemos hecho una selección que hace referencia a nuestra profesión.

Todos recordamos con afecto adivinanzas que supimos resolver de pequeños y han permanecido grabadas para siempre en la memoria. ¿Seréis capaces de encontrar la solución a estos acertijos? ¡Os animamos a probar!

A. Ellos y ellas mezclados están
encerrados en su interior;
quien llega a entrar
va de aquí para allá
y a mordidas lo van a destrozar.

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B. Treinta y dos sillitas blancas
en un viejo comedor,
y una vieja parlanchina
que las pisa sin temor.
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C. Flores blancas, alineadas
en derredor de un  patio encarnado;
dentro de una cueva húmeda
sin nieve y sin lluvia.
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D. Ni son verdes
ni son secos,
y son buenos para comer
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E. Soldados de marfil la guardan
dentro de una cárcel húmeda;
a pesar de todo esto, por ella,
se revoluciona el mundo.

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F. Una granja llena de vacas blancas
entra la encarnada y les  toca las piernas.
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G. Con ella vives,
Con ella hablas,
Con ella ríes
y hasta bostezas

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H. Un jardín de flores blancas
con un jardinero encantado;
nunca llueve, nunca nieva,
pero siempre está mojado.

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I. Al dar la vuelta a la esquina
tropecé con un convento,
las monjas iban de blanco
y el sacristán en el centro.

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J. Uno  cree ser superior,
el otro se siente  inferior;
sin decir nada ellos se aman
se besan y se miman.
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Soluciones

A. Los dientes y las muelas
B. Los dientes y la lengua
C. Los dientes
D. Los dientes
E. La lengua
F. La boca
G. La boca
H. La boca
I. La boca
J. Los labios

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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